Una reflexión muy íntima: “The man in the arena” Theodore Roosevelt
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Tengo que confesar que hay días en los que las emociones ponen de cabeza todo a lo que yo llamo vida (trabajo, amigos, relaciones, familia, descansos etc) y cuán vulnerables nos sentimos al enfrentarlas. “Debe ser que después de los 40 nos volvemos más reflexivos” me dijo una amiga. Es posible, pero estamos muy poco preparados para enfrentarnos a nuestra propia vulnerabilidad y también a la de los demás, nos han enseñado a ser fuertes, a no mostrar nuestras emociones porque si lo hacemos nos vemos débiles y esto va en contra de nuestra imagen poderosa. Con tristeza tengo que reconocer que mucho más si eres mujer y más si además tienes una posición de liderazgo.
“The man in the arena” El fragmento más conocido del discurso que Theodore Roosevelt dio en La Sorbona en París, Francia, el 23 de abril de 1910, celebra el valor y el esfuerzo de aquellos que se involucran activamente en la vida pública, en lugar de limitarse a criticar desde la distancia. Roosevelt destaca que el mérito no reside en aquellos que observan y juzgan, sino en “el hombre en la arena”, quien lucha con valentía, se unta las manos, incluso, lo más probable es que en algún momento fracase. Según él, el honor verdadero pertenece a quien, con sus aciertos y errores, sigue adelante, con la cara manchada por el polvo, el sudor y la sangre, porque al menos lo ha intentado.
Una de las cosas que más tiempo me tomó en mi viaje de vida, tanto en lo personal como en lo profesional fue vencer la parálisis que generaban en mí la vergüenza y la crítica. Prefería no exponerme porque no me consideraba capaz físicamente de resistir el golpe que venía de regreso. Por suerte ese capítulo lo superé antes de los 30 y comprendí que si no usaba mi voz y mis lágrimas ¿entonces para que me habían sido dadas?, en mi vida me he encontrado con personas que van navegando lo políticamente correcto, para sentirse educadas. Te dicen, “no digas eso”, “no puedo opinar al respecto”, “mejor dejar así”… Yo soy de las que dice también desde la educación, pero sobre todo desde la determinación. “Lleva los datos y los hechos, discute con argumentos, negocia, atrévete, inténtalo” y con toda certeza tengo que decir que son mejores y más enriquecedores los resultados de estas conversaciones. En este proceso, si tengo que llorar lloro, si tengo que respirar respiro, si lo tengo que sentir lo siento, pero si lo tengo que decir, lo digo.
Hay una charla muy inspiradora de Brene Brown donde habla de encajar y pertenecer. Una cosa es encajar e ir de acuerdo con unas normas sociales y otra pertenecer, donde además de estar de acuerdo con esas normas, eres capaz de contar tu historia, de decir tu verdad y de no traicionar tus propios principios. Lo lindo de pertenecer, es que implica ser valiente y ser valiente es actuar, meternos en la arena e ir adelante aun cuando sabemos que no podemos controlar el resultado. La vulnerabilidad es la forma más preciosa de medir la valentía porque solo aquel que ha sudado en la arena sabe lo que duele fallar, pero también lo valioso que es aprender.
Yo que soy una mujer que vive y respira innovación tengo que tener claro que sin vulnerabilidad no hay creatividad, sin tolerancia al fracaso no hay innovación, si no estás dispuesto a fracasar, aprender, a tener discusiones valiosas, a argumentar y a dar una opinión entonces no habrá innovación y si no tenemos una cultura de vulnerabilidad en las organizaciones no se puede crear.
Elijamos la valentía sobre la comodidad, todos tenemos la responsabilidad de poner el corazón en lo que hacemos, no podemos hablar de diversidad, inclusión, equidad estando cómodos con las conversaciones políticamente correctas y las emociones perfectamente contenidas, sin vulnerabilidad y riesgo no se pueden tener charlas verdaderamente productivas. Sentimos que abordar temas humanos es incómodo, pero tener conversaciones incómodas es un privilegio, es claro que habrá tristeza en algunas conversaciones, sólo escuchemos y aprendamos.
Y tú, ¿aceptas la vulnerabilidad? Recuerda, es mejor fallar en la arena y atreverse, a quedarse en la orilla a criticar la valentía de los demás.