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La doble cara de la desembocadura del Río Magdalena en Barranquilla: Bocas de Ceniza

Hasta Bocas de Ceniza no parece haber llegado el impulso reformador que está convirtiendo a Barranquilla en un destino turístico. La zona es inaccesible, plagada de basuras. Pero río adentro, emergen emprendimientos criollos que jalonan desarrollo; como chivas rumberas flotantes.

La nuestra es agua del río mezclada con mar, pueden cantar con orgullo los barranquilleros, que han visto a su ciudad proyectarse como un polo de desarrollo turístico en los últimos años. Pero siempre habrá vasos vacíos.

“Le voy a decir la verdad. El proyecto va, pero a nosotros los pescadores nos han dejado botados. Dijeron que nos iban a ayudar, ¿cuál es la ayuda?”, dice Francisco Martínez Cantillo, pescador de la zona.

Parece condenado al olvido este lugar mágico donde se usan cometas de papel para pescar sábalos, destinados a nutrir ollas de sancochos… donde se funden en uno solo los dos cuerpos de agua más grandes de Colombia, el Magdalena y el Caribe. Un atractivo inmortalizado en una estrofa del himno de la ciudad.

“Le voy a decir la verdad, si nos sacan de aquí, ¿qué empresa nos va a coger? Unos tienen 50 años, otros 60. Analfabetas, ¿quién nos irá a coger, de qué vamos a vivir?”, pregunta Martínez.

Una veintena de pescadores angustiados, como él, son los únicos dolientes de este bulevar extremo que sorprende por la forma en que tiñe el mar en Google Earth.

La fuerza de la desembocadura le da a la corriente un color particular, por lo que Rodrigo de Bastidas y Juan De la Cosa le dieron por nombre Bocas de Ceniza en 1501, cuando pasaron por aquí.

Para llegar hasta acá, al borde exterior de la Barranquilla procera e inmortal, hay que venir al final del barrio las flores, al fondo de la vía 40. Vías de tren y andenes peatonales inconclusos, una estación de tren sin terminar, marcan el camino hasta la llamada ‘Primera Playa’.

Punta de lanza de la apuesta por el desarrollo turístico en la ciudad, complementario a la recuperación de la Ciénaga de Mallorquín se contempló la reorganización y rehabilitación de estas playas, que colindan con el barrio las Flores; también la recuperación y puesta en marcha de un viejo tren turístico que otrora, hace muchos años, hacía el recorrido hasta varios kilómetros más adelante.

Y desde aquí, desde esta primera estación del proyecto, que será la definitiva, empiezan a escucharse las quejas, tan fuertes como la brisa y las olas alrededor

“Están haciendo la avenida al tren, que la estaban terminado, que la terminaban en diciembre y no han terminado. No quieren que el carro pase ni las motos, es el tren nada más. Eso lo está perjudicando a uno aquí mucho”, dice Roque Miranda, pescador de Puerto Mocho / La Primera Playa.

Mientras le quita con un cuchillo las escamas a un pescado, recién sacado del mar, sentencia: “No van a pasar ni moto ni nada, sino solo al tren, eso va a perjudicar mucho. En las ventas y el consumo de todo aquí”.

Algo que quedó a medias desde siempre

“Que venga alguno bien y hable bien qué es lo que quieren con nosotros. Si vamos a quedar o qué”, reclama Roque Miranda. ¿Cómo vamos a sacar nuestros pescados? ¿cómo van a llegar los turistas?, son las preguntas que uno se encuentra hasta este punto, hasta este rincón olvidado en el norte de Barranquilla, la llamada “cuchillada del río sobre el mar”.

Luego de la Primera Playa viene, pues, la segunda, con restaurantes de dos pisos y hasta donde todavía llegan carros cargados de turistas, continuamente, a lo largo del día. A toda la zona, los locales la conocen como Puerto Mocho.

Se entiende el nombre, todo aquí da la impresión de algo que quedó a medias desde siempre.

“Tiene la oportunidad de disfrutar el Río Magdalena a su derecha, el mar a su izquierda. Hasta aquí llega el vehículo, si desea llegar a Bocas de Ceniza le faltan 5 kilómetros y medio. Puede ir a pie o en moto. Aquí le prestamos el servicio de moto”, dice Jonathan Charly, casetero de la Segunda Playa, en la pasarela rumbo a la punta de Bocas de Ceniza.

Este sitio de contrastes mantiene su interés, sobre todo para visitantes del interior del país. Se les ve pasar con frecuencia. Llegan fascinados por presenciar el emblemático encuentro de las aguas; sin saber realmente lo que van a presenciar.

“Es hermoso, uno no se imagina la dimensión de esto tan bonito”, dice Juan Carlos Monsalve, de Medellín, que viene de hacer equilibrio entre las rocas de la punta. “Donde el gobierno le meta mano a esto, le meta platica, antes de robársela todo, es espectacular para uno turistear, la foto. Esto no lo ve uno en ninguna parte, solamente acá”.

Pescadores deportivos intercalan espacios con pescadores de sobrevivencia. Pasan buques al fondo, delfines y tiburones se dejan ver de vez en cuando en la punta, y garzas planean arriba con la brisa. Lagartos se esconden entre las rocas.

Algo de infraestructura hay, algo de refrigeración, en neveras de icopor con hielo, para recibir a los turistas que se le miden a la caminata bombardeada de basuras y plásticos. Gaseosas por $5.000 venden aquí caseteros afincados en el lugar, como Ubaldo Vergara, que le temen a un limbo mayor a este en el que ahora se encuentran.

“Es una intervención que 100% perjudica a uno acá. El medio de transporte solo va a llegar hasta la Primera Playa, no va a haber transporte ni de carro ni de bicicleta. Ese es el detalle, ¿qué vamos a hacer nosotros acá, para transportar el pecado, cómo se hace para traer el hielo? Eso va a ser un problema oyó”, dice Ubaldo.

Despacha un par de cervezas, las destapa, entrega los vueltos en monedas y prosigue: “este es un sitio turístico al que llega mucha gente de muchos países; no lo hay en todas partes, principalmente la pesca artesanal, la pesca con cometa, que solo se ve aquí en Colombia”.

Otro contraste más, en medio de sus quejas, hablan del potencial en el que creen. Esa pesca con cometa, tan surreal, tan única.

Así la explica Robinson Pérez, uno de los guardianes de esta técnica tradicional:

“Consiste en esto: ahí está la cometa, esta es una boya; uno le echa agua. Cuando uno la baja al agua, la boya sigue, la cometa sigue adelante, y de la boya para acá vienen lo anzuelos, que es con lo que uno pesca. Utiliza la lisa, la carnada, y uno le echa todo el nylon que pueda echarle para buscar el pescado dentro del mar”.

Todavía hay gente que encuentra interés en esas cosas artesanales, tradicionales, de los abuelos. Y llegar hoy hasta aquí, a presenciarlo, es toda una prueba; más que de senderismo, casi alpinismo, como escalar una montaña de piedras mojadas y desperdicios.

Su fuerza sigue atrayendo visitantes, pero es turismo en condiciones imposibles. Y quedará más a la deriva, igual que un barco al que se le rompió el timón.

Ya no se puede llegar a pie o por ninguna vía a la punta del tajamar de Bocas de ceniza, al extremo de la cuchillada del río sobre el mar. solo subsisten algunos pescadores y están preocupados porque se sienten olvidados; sienten que esta vocación turística que se le está dando a la ciudad los ha dejado a ellos por fuera.

¿Qué pasará? Tendrán que hablar ahora con el nuevo alcalde, el alcalde Alejandro Char, para ver cuáles son sus planes para este icónico punto, que tiene un potencial totalmente inexplorado. “Como dice el guajiro, a calzón quitado: él viene nada más a buscar votos y después, ni te conoce”, concluye sin titubeos el pescador Francisco Martínez Cantillo.

Otra cara (rumbera)

Navegando con su nieto al hombro, Federico Almeida la tiene clara cuando le preguntan sobre la importancia del río: “Ha sido una bendición, gracias a Dios toda mi familia educada”.

Él es el capitán de una de las embarcaciones que están aprovechando la ola del turismo; una peculiar, porque como lo dice el empresario William Quiñones, es prácticamente: “como una chiva rumbera pero esto es un barco rumbero con dj, con música, luces, bebidas abordo”.

A la altura de Barranquilla puede verse otra cara de la recuperación del Río Magdalena; si bien hay muchas cosas que faltan, definitivamente ha jalonado una serie de negocios y emprendimientos, un desarrollo en torno a su recuperación.

“Con mi socio Kirk Bula vimos la oportunidad que salió a raíz del poco turismo que había en el Río Magdalena, y lo aprovechamos, quisimos ofrecerle a la gente de hacer rumba, hacer paseos, cualquier tipo de eventos turísticos, educacionales”, dice Quiñones.

Él es un joven empresario que encontró la manera de hacer un aprovechamiento turístico de este nuevo desarrollo que ha experimentado Barranquilla en torno al Río Magdalena.

Caminando por el muelle de su familia, cuenta: “Vimos la oportunidad de que teníamos esta embarcación de la empresa Aquamar, que no se estaba utilizando al máximo, surgió la idea de usarla y adecuarla para el tema turístico”.

Revela además algunos detalles sorprendentes sobre la embarcación: “era originalmente de la fuerza aérea de Estados Unidos. Esta embarcación se usó después de la segunda guerra mundial para recoger partes de aviones en el océano, y desactivar bombas submarinas. Se restauró después en los años 80. Nosotros la adquirimos en los años 90 y la trajimos a Barranquilla”.

Rescataba partes de embarcaciones o aviones de guerra, y ahora es buque insignia del rescate turístico del Río Magdalena.

Contrario a lo que dicta el estereotipo, en Barranquilla no todo es rumba – aunque sea una parte importante. Esta chiva rumbera flotante sirve como aula móvil, para recorridos educacionales con audioguías, orientados a colegios, y también para eventos corporativos, empresariales; desentrañando el peso económico del río, más allá de su magia evidente.

“Somos muy pocas las empresas que lo hacemos esto. Dijimos: vamos a adecuar el barco y brindarles a los barranquilleros y extranjeros un plan diferente, algo totalmente nuevo”, sostiene Quiñones.

Hay un componente de e-commerce, pues todo se vende y se promociona a través de redes sociales y página web. Se mueven alrededor de cinco a seis paseos semanales, en promedio con 50 personas. Eso es unas 300 personas semanales bailando y pasándola bueno sobre el río. Y esta es solo una de las dos empresas que se dedican a esto en la ciudad; aparte está el RíoBus, Karakalí, una alternativa pública.

Los recorridos pueden tomar 1 hora y 45 minutos, si son hacia el puente Pumarejo, río adentro, con la corriente. Pero a veces hay gente que llega por otra cosa y va contra la corriente, hacia la desolada Bocas de Ceniza.

“Hoy la experiencia es un poco diferente a lo habitual; un grupo de gente del interior nos alquiló la embarcación de forma privada, quisieron ir a Bocas de Ceniza para ver la desembocadura. Y luego de ahí devolvernos río adentro, para ver el Pumarejo”, explica William Quiñones.

El Pumarejo, al que los locales les gusta describir como su propio Golden Gate, es el gran protagonista de los recorridos. Una obra de 2,3 kilómetros, en que se invirtieron cerca de $800.000 millones y que ilumina la noche barranquillera con su majestuosidad. Permite pasar embarcaciones de hasta 45 metros de alto.

Otro atractivo es el skyline de la ciudad, al fondo del Malecón del Río. Obras que hacen que la gente quiera venir a verlas.

“Lo que se ha venido haciendo en la ciudad, estas oportunidades, nos han impulsado, nos han dado la iniciativa para impulsar estos negocios y ha sido una inspiración”, agrega Quiñones.

Es así como hombres y mujeres como Federico Almeida han sacado adelante a sus familias. Este capitán de barco, proveniente del Carmen de bolívar, empezó como pescador y hoy sus hijos son ingenieros.

“Tengo aproximadamente 20 años de estar en esto, de trabajar las cuestiones marítimas y fluvial. Primeramente duré pescando en lanchas pesqueras y aprendí muchas cosas, como andar en el agua. Después hice cursos en la Base Naval, en el Sena, y así empecé a trabajar en la empresa. Anteriormente no se veía esto; hoy viene mucha gente de todas partes,  miran toda la rivera del río, el malecón; es algo que no lo había y que ha fomentado empleo. Sobre todo el atardecer en el río y el mar… la persona que ve esto, dice: es algo maravilloso”.

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