Entre lágrimas y olor a bebé
- Indagan feminicidio de Stephanía Franco en el Día de la Madre: videos serían pistas clave
- Hasta la flor se le llevaron: ladrones robaron a mujer en pleno Día de la Madre
El Día de la Madre es uno de los días más violentos del año en Colombia, y es que la violencia alrededor de la maternidad no solo se evidencia en la tasa de muertes que se registran durante el fin de semana de celebración, también se siente en las frases que acompañan la cotidianidad de las mamás o de las mujeres que anhelan serlo.
La maternidad nos deja cicatrices, cicatrices de tristeza al soñar con una familia mientras en casa nos dicen que “el tren nos está dejando” y ni prospecto de papá tenemos para esa soñada familia; cicatrices de desilusión al intentarlo por años y no poder tener ese bebé que soñamos, mientras nos preguntan “¿Y para cuándo los hijos?”; cicatrices de dolor, al sentir la alegría de tener una vida en nuestro vientre y de un día para otro, obligarse a aceptar que ya no está, porque la ilusión de ser mamá quedó reducida a la prescripción de una pastilla o un legrado.
La violencia deja heridas, y no hablamos de la cesaría o la episiotomía, las heridas del alma que quedan en el primer comentario de la suegra que llega de visita al otro día del parto y dice “mi vecina quedó más flaca que tú”, como si la nueva mamá no se diera cuenta de que se subió 18 kg en el embarazo y el bebé solo pesó 4 kg al nacer; esas heridas que nos declaran en guerra con el espejo.
Sin embargo, ese olorcito a bebé anestesia cualquier dolor, y nos concentramos en ser la mejor mamá para ese pequeño que nos recuerda la grandeza del creador. Hasta que llega la frase favorita de otras generaciones “las mamás de ahora, son mamás de pediatra”, o el alardeo de las amigas sobre su congelador abastecido de leche materna, mientras lloramos en el baño con la única onza de leche que logramos, después de pasar horas en el extractor.
Esas comparaciones que nos obligan a cuestionarnos una y otra vez si lo estamos haciendo bien, y que convierten nuestra mente en un campo de batalla. Esas palabras que borran nuestro nombre y lo reemplazan por la mamita de Juanito, como nos dice la profesora del kínder.
Ese desasosiego que sentimos cuando dejamos el trabajo por disfrutarnos a nuestros bebés y nos estrellamos con las entrevistas de regreso al ruedo, en las que nos estremecemos de pensar que perdimos vigencia y nos volvimos expertas en los Paw Patrol; o cuando regresamos al trabajo después de la licencia de maternidad, haciendo todo para cumplirle a media humanidad, mientras nos topamos con la señora en el supermercado que nos reclama por la pataleta de nuestro hijo y nos dice que “eso le pasa a las mamas modernas que creen que trabajando y comprando juguetes se crían los hijos”.
Esa violencia que no se puede reportar a la línea púrpura, la misma que le gritó a Shakira en redes sociales que no pensó en sus hijos cuando estrenó uno de sus grandes éxitos, esa violencia que cuestiona como si existiera una sola manera de vivir la maternidad asociada a 270.000 personas que nacen a diario en el mundo.
Es tiempo de felicitarnos, ¡de levantarnos el domingo dichosas así no nos traigan el desayuno a la cama! De brindar por nosotras y decirnos, ¡lo estoy haciendo bien! Es tiempo de llamar a esa amiga y recordarle que ¡lo está haciendo bien! Es hora de llamar a mamá y reconocerle que ¡lo hizo bien! ¡Es hora de entender que la maternidad es viable en la humanidad, porque el amor es su fuente de poder!
*Las opiniones expresadas en las columnas son responsabilidad exclusiva de los autores, y no representan el punto de vista ni la posición del Canal 1.