Un árbol llamado Karim Ganem Maloof
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¿Qué ruido hizo el árbol que cayó en la mitad del bosque sin que nadie lo oyera? ¿Cuál fue la nota musical con la que el tronco sacó de su quietud al caimán y la lechuza? Sus raíces levantaron la tierra en un desgarramiento sordo y el perfume de sus astillas y sus flores tapizó el bosque con una acuarela parecida al amarillo de los sueños. ¿Le dolerían las ramas al árbol? ¿se cansaría de tocar el cielo con la frente? ¿tendría fiebre? Yo solo sé que todo el bosque está muy triste y que el ruido de ese árbol ya no importa. O importa solamente en la memoria de las bestias, que jamás podrán cantar sin que el testimonio de la caída del árbol resuene en sus voces.
Puede que la caída nada más importe al viento, que al pasar por el sitio del desastre susurre “Morir. Morir. Eso no se le hace a un árbol”.
Yo no he oído el sonido del derrumbe, pero sé que el árbol cayó y he visto a los ojos a animales que extrañarán hasta su sombra, su frío generoso bajo el sol, el refugio que proyectaba su grandeza en la hierba. Repito el nombre del árbol letra a letra, silábicamente, de corrido (“Karim, Karim”), para comprobar que la palabra no contiene indicios de la caída. Y pienso en un asado en que el árbol quiso hacer dos berenjenas a pesar de que se había acabado el carbón, convencido de que el calor residual terminaría por cocinarlas. Y cuando el árbol me dijo que, a pesar de la ceniza, el metal se demoraba en olvidarse del fuego. Y si eso pasa con la candela, que es la cosa más bonita de mirar, ¿qué futuro puede esperarle a un árbol que ha caído así de fuerte?
¿Puede la memoria recordar al fuego mejor que el metal? Hoy quiero que su recuerdo sea más fuerte que la candela. Y tal vez esta sea la respuesta. O puede que se trate solo de la mía, por no tener más que palabras para extrañar al árbol, para reprocharle al bosque su caída. El sonido que hace un árbol muy grande y muy hermoso al caer es el chillido reprochón de las aves que no colgarán sus nidos en él, el de la fruta sabrosa que no calmará la sed del viajero, la ansiedad del oso que no podrá rascarse en el tronco de ese árbol.
El ruido que hace un hombre al caer sin que nadie lo oiga es el pitido de espera de un teléfono que nadie levantará, la noticia mentirosa del misterio de su muerte, la ilusión de la pava que gorjea por el árbol y se lamenta, en plena primavera, con la palabra “dolor”, queriendo decir “muchacho, levántate”.
¡Párate y camina!
* Estas palabras lamentan la muerte del escritor y editor Karim Ganem Maloof, director editorial del informe final de la Comisión de la Verdad.