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Editorial

Desfragmentación con propósito

Ramiro Avendaño Jaramillo
Presidente de Canal 1

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Hace un año, la vida me quebró.

Mientras revisaba ansioso mi teléfono, esperando me confirmaran la llegada de un regalo especial que había encomendado para los 75 años de mi padre, escuchaba de la radióloga sobre un hallazgo en mi riñón derecho que le indicaba que era necesario proceder con exámenes mas exhaustivos. Ya venía yo en un proceso de deconstrucción adrede que había puesto a temblar las bases de mi vida con mas fuerza de lo que anticipé, pero que había decidido emprender sin retorno; quizás por valentía, quizás por ingenuidad, pero sin duda alguna movido por una fuerza vital inesquivable.

No sé si me llegó el diagnostico en el peor o en el mejor momento. Me sentía agotado, pero como siempre con el canal abierto a escuchar. Por ello me había inscrito unos días antes para un retiro con Sergi Torres, que me debía hace años a mí mismo, lo que resultó ser una suerte de colchón cuántico para amortiguar lo que se venía y de lo que no tenía noticia.

Se trataba ahora de mi segundo cáncer. Del primero solo vine a aprender algo unos 20 años después. De este, estaba a punto de entender lo que me traería, y me disponía con una mezcla de rabia y sorpresa a amarrarme el cinturón para este nuevo viaje.

Lo médico salió bien, la vida actuando de forma incontenible se encargó de ello; pero yo, antes de vivirlo, me caí. Tenía la certeza absoluta de que de esta no salía, vi la muerte de frente y con ello la dicha de ponerme genuinamente de primero, entender que era eso de amarme a mí, de ponerme la máscara primero y luego auxiliar al niño, casi de forma literal.

Lloré, sentí decepción; tuve la sensación de que había desperdiciado mi vida; busqué reconciliarme con los vehículos de mis dolores y empecé a organizar las cosas para hacerle a mi hijo menos difícil, mi hasta ese momento inminente falta.

En ese proceso sentí que nadie me entendía, pero experimenté el gozo sereno de no necesitar ser entendido. Herí a gente que quiero, pero no sentí ninguna herida; sentí que me iba y en plena paz me pareció que todo era un juego y que, si podía vivir otra vez y tenía consciencia de ello, quizás podría permitirme una vida más auténtica, más en el yo y menos en los personajes que había creído útiles.

Conocí maestros que nunca vi, como aquel vecino detrás de la cortina en la sala de preparación de cirugía que tomaba con toda naturalidad su cuarta o quinta quimioterapia y que, mientras la enfermera trataba de darle tranquilidad, era él quien se la daba a ella; o aquella señora al otro lado del recinto que gritaba mientras la canalizaban para una liposucción; además, recordé que casi siempre lo que parece malo es bueno, y que Dios seguramente es inglés; no encontré otra manera de explicar la fineza de su humor y hasta generosas burlas cada vez que he querido jugar a controlarlo todo.

En medio de semejante curso intensivo, aprendí que el único momento que existe es ahora, el único lugar es este, que nada puede ser de otra manera a como es; que la vida es generosa para el que quiere recibir, que dar y recibir son la misma cosa y que las cosas están ahí para quien las quiere ver.

Y así, cuando más convencido estaba de que me debería dedicar a no hacer nada, el propósito toca a mi puerta y me invita a hacerlo todo, pero a hacerlo con gracia, confiando en el camino.

Ha pasado casi un año desde que, en pijama, con puntos en cinco incisiones en mi abdomen, se empezara a concretar la posibilidad de comprar Canal 1, mientras yo me burlaba de mí mismo y pensaba cómo al final no decidimos nada, como la vida se trata solo de ser. El hacer y el tener son meras consecuencias, como meses más tarde aprendería de Michel Domit en otra feliz lección.

Ahora resulta que cuando mi alma más desfragmentada estaba, en “átomos volando” como escribió Rafael Núñez en el violento himno nacional de Colombia, era cuando más diáfano se iba a presentar mi sentido; ese sentido como fuerza vital del que magistralmente escribió Victor Frankl.

Y de átomos volando, de repente se empiezan de forma lenta, pero en correspondencia, a poner las piezas en su lugar como en el arte japones del Kintsugi de reparar con oro los jarrones partidos. En este caso de una forma natural y con esa perfección que solo la vida en estado puro es capaz de ofrecer. Imposible habría sido entenderlo con tanta claridad sin haber estado viendo – sin querer abrirlo por semanas- la portada de Aurum de Sergi Torres, que mi madre me regaló.

He pasado un año haciendo y observando, sigo en mi camino diario, con aciertos y con torpezas, pero sobre todo aprendiendo a vivir en agradecimiento permanente. Quiero que lo que hago en mi vida personal y profesional sea coherente y tenga sentido; quiero trabajar con convicción por lo que quiero, en lo que creo y aprender a renunciar a lo que le ha llegado su momento de pasar.

Después de entender que mi desfragmentación tenía propósito, estoy plenamente convencido que está alineado con lo que queremos que Canal 1 sea: una herramienta que genuinamente ayude a construir una sociedad digna, una sociedad que se mejora a sí misma sin necesidad de caudillos, que piensa sin envidias ni fanatismos, que cuida y propende por la libertad de ser, hacer y tener, que piensa, que no compra discursos demagógicos, que no reconoce recetas milagrosas y que entiende el valor del trabajo y el amor como motores fundamentales de la vida; una sociedad que entiende la naturaleza creadora del ser humano, que no castra las ilusiones ni el propósito de los demás y que aprende a pensar, que respeta y que exige respeto, pero sobre todo una sociedad que aprende a confiar y abraza los misterios de la vida.

Hoy quiero celebrar la vida, el trabajo, el propósito y el amor. Quiero seguir confiando en que el bien siempre prevalece, no olvidar que en el agradecimiento está la fuente de la felicidad, que hay que aprender y desaprender y que como dijo Maturana: “perder es ganar un poco”, o como dijo Mafalda, la celebré personaje de Quino: “cuando creemos que tenemos todas las respuestas, nos cambian las preguntas”.

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