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Nadie escapó a la tentación de tener una selfie en el emblemático escenario de los Nobel

Era prioritario para quienes fueron invitados a hacer parte de la delegación colombiana, tener fotografías en las que constara que estuvieron presentes.

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Nadie escapó a la tentación de tener una selfie en el emblemático escenario de los Nobel

Click, click

Además de ser un prestigioso apoyo al proceso de reconciliación de Colombia, la entrega del premio Nobel de Paz al presidente Santos será recordada a lo largo de los años, por él y su descendencia. Y, además, será un momento memorable para todos los que tuvieron la fortuna de estar presentes en el majestuoso salón de la alcaldía de Oslo donde se realizó el acto.

Por eso era prioritario para quienes fueron invitados a hacer parte de la delegación colombiana, tener fotografías en las que constara que estuvieron presentes.

Dejando la timidez a un lado, unos empezaron a pedirles a los otros que les ayudaran a conservar la imagen que les servirá de testimonio en el futuro. De espaldas al podio en que poco después Santos se convertiría en el Nobel 2016 de Paz, el mejor policía del mundo, con quien muchos quisieran tener una selfie, le pidió al asesor jurídico del acuerdo Manuel José Cepeda que le tomará la foto de rigor, firme y sonriente como corresponde a su rango de retirado. Después, Naranjo le devolvió la atención a Cepeda. Y otros se antojaron. El gobernador y víctima de secuestro Alan Jara se puso en el mismo lugar y Naranjo le hizo su click. A su lado, el seriesísimo general Jorge Enrique Mora ayudaba con la cámara de su celular al asesor presidencial Frank Pearl. Los más jóvenes no se quedaron atrás y no desperdiciaron la oportunidad de aparecer con su jefe, el ministro del posconflicto Rafael Pardo, quien, menos entusiasta que sus colegas, se quedó quieto pero como resignado. El ministro del Interior Juan Fernando Cristo se limitó a mirar la escena sin hacer ningún gesto de que quería entrar en ella.

La reciprocidad visual terminó cuando llegaron a presidir la ceremonia los reyes y los príncipes de Noruega.

¿Cómo se dice?

Un poco locos han estado los periodistas con la pronunciación de dos palabras que tienen que ver con la actualidad noticiosa. Mientras unos hacen el acento en una parte, los otros lo ponen en un lado diferente y nadie sabe a qué atenerse.

¿Se dice Lamia o Lamía? En el logo de la empresa propietaria del avión que lamentablemente se accidentó cerca de Medellín, se ve, en la parte superior de la letra i, las que parecen ser las alas de una nave que harían las veces de tilde. Si es así, quien pronuncie el nombre, debería decir LaMía. Pero la cosa se complica cuando se detalla el logo en los aparatos de esa empresa: la presunta tilde está tan lejos de la i, encima de las ventanillas y no de la letra, que su significado también se distanció y se perdió. Por tanto, allí se puede leer LaMia, sin acento.

¿Se dice Nóbel de Paz o Nobel de Paz? Este vocablo que viene del apellido sueco del fundador del Premio, no tiene tilde en ninguna parte porque no es término del idioma castellano. Algunos han dicho que debe acentuarse en la última sílaba porque es palabra aguda en sueco. Pero otros argumentan que los personajes más ilustres de habla hispana lo pronuncian como si fuera grave.

Consultado el escritor y periodista Daniel Samper Pizano, quien mañana recibirá, precisamente, el honorífico título de miembro de número de la Academia Colombiana de la Lengua, nos dio el mejor consejo: Los académicos no imponen formas verbales sino que recogen los usos de la gente del común. Ante confusiones como las de pronunciar Lamia o Lamía, Nóbel o Nobel, cada quien puede decir lo suyo y solo con el tiempo, que es un maestro sabio, se sabrá cuáles de estas expresiones subsistirán.

Jajajaja

En un discurso típico del pastor que quiere impactar emocionalmente a sus feligreses, el líder de una iglesia que se hace llamar Misión Colombia presentó, hace un tiempo, uno de sus conocidos espectáculos haciendo uso de todas sus capacidades histriónicas.

Se llama Mark Hankins y dirige esa iglesia con la también pastora Trina Hankins, su esposa.

En una extraña mezcla de nombres de iglesias y matrimonios de pastores, apareció en el país hace tres décadas una congregación evangélica que llamaron Iglesia Cristiana de Colombia dirigida por otra pareja de extranjeros: John y Alba Romick. Pero en su página web aunque están las fotografías de los Romick, figura el nombre de Misión Colombia, de los Hankins.

Con el título de Somos amigos, el segundo pastor les promete frutos a sus audiencias pero les quedó mal. Romick no solo pide y recoge los diezmos de los fieles de la manera tradicional, es decir, directamente y en plena ceremonia religiosa, sino que creó cuentas para recaudar las donaciones por internet. Y después, como si fuera poco, jugó los impuestos sagrados de los creyentes, en el mercado de libranzas que entró en crisis hace unas semanas.

Romick y su esposa le entregó una gran suma de los recaudos de los integrantes de su iglesia a la firma Elite internacional que colapsó dejando en la ruina a miles de personas. Qué paradoja: los predicadores que basan su éxito en la fe de los demás, ahora no tienen cómo explicarles a quienes les entregaron su dinero, qué pasó con este.





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