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Entretenimiento

Video | La leyenda de la caja Dybbuk: alguien se atrevió a abrirla y fue aterrador

La leyenda de la caja Dybbuk ha asombrado a expertos e incrédulos, su historia ha recorrido el mundo y aun hoy es todo un misterio.

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La leyenda de la caja Dybbuk
La leyenda de la caja Dybbuk

Si les entregan una caja y les dicen que jamás deben abrirla porque contiene un espíritu maligno, ¿la abrirían? ¿Creerían en esta historia? Pues esta es la leyenda alrededor de la caja Dybbuk. Una caja que un sobreviviente del holocausto polaco heredó a su nieta, advirtiéndole de su poder. Nadie debía dejar salir a ese espíritu, nunca debía ser abierta y tal parece que no se equivocaba. Alguien se atrevió a abrirla y lo que sucedió es una leyenda.

En 2002, un comprador de antigüedades y pintor llamado Kevin Mannis asistió a una subasta en Oregon, en Estados Unidos. Una venta de garaje, en la que una caja llamó su atención.

Una especie de armario para vinos con una antigüedad de más de 100 años, que tenía una historia inverosímil. Decían que había pertenecido a una mujer fallecida recientemente. Una anciana judía que sobrevivió a los campos de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial y que emigró a Estados Unidos.

La caja y otros dos artículos eran las únicas pertenencias que se tenían de ella en aquella venta y se sabía que los había tenido escondidos por muchos años. La misma nieta de esta mujer contó de la advertencia que alguna vez le hizo a su abuela de nunca destapar su contenido, pues en ella habitaba un espíritu maligno llamado Dibbuk, de ahí que la caja sea conocida con el mismo nombre. La anciana deseaba ser enterrada con esta caja, pero no fue posible cumplir su voluntad, porque esto iba en contra de la tradición judía.

El comprador, atraído por el relato misterioso, llevó la caja a la casa y minutos después se arrepintió de adquirirla, pero la nieta de esta señora se negó a devolverle el dinero.

Mannis colocó la caja en el sótano de su local con la idea de restaurarla, pero no pudo contener la tentación de abrirla. En su interior había dos peniques de 1920, un mechón de pelo rubio, otro mechón de pelo castaño atados con un lazo, un capullo de rosa seca, una copa y una diminuta piedra de granito que tenía grabada la palabra Shalom, que en hebreo significa paz. Nada parecía tan tenebroso como para creer en las historias de espíritus malignos, pero cosas extrañas dicen que comenzaron a ocurrir.

Parecía que una fuerza misteriosa estuviera presente. Se rompían artículos de la tienda y los empleados renunciaban del miedo. Algunos de ellos se negaban a ir al sótano porque escuchaban ruidos, las luces se encendían y apagaban solas, y las puertas de seguridad del local se bloqueaban. En cierta ocasión, un empleado pudo escuchar susurros que parecían ser una oración, como si alguien recitara, y al advertir a sus compañeros, bajaron al sótano y encontraron los tubos fluorescentes del techo rotos y nueve bombillas explotadas. Además, el sitio desprendía un olor muy fuerte de amoníaco.

El anticuario, asustado, regaló la caja a su madre y cuando esta la abrió, recibió una bocanada de aire y le sobrevino un derrame cerebral que la dejó sin habla. La caja, entonces, pasó a manos de otras personas que también refirieron escuchar ruidos extraños y ser testigos de fenómenos inexplicables, hasta su último comprador, un investigador paranormal llamado Zach Bagans, quien la expone en su propio museo, pero siempre cerrada, pues está convencido de que oculta algo oscuro. Bagans ha dicho que solo podrá verla quien así lo desee, en una sala privada, no sin antes firmar un contrato de responsabilidad.

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