Viajé con mi madre a Israel para cumplir una promesa y nos sorprendió la guerra
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Un fatídico 17 de agosto del año 2021, mi vida dio un vuelco que aún resuena en mi corazón con un dolor inmenso.
Ese día recibí la noticia más desgarradora de mi existencia: mi padre había fallecido debido a las complicaciones por el Covid-19. Fue una partida inesperada, un adiós que aún me duele profundamente.
En ese preciso instante, me prometí cumplir unos de sus más anhelados deseos, visitar Israel, el país que había acogido hace más de 30 años, a su única hermana de padre y madre.
Planeé el viaje meticulosamente con mi madre y con mi prima de Israel, la hija mayor de mi tía. Todo estaba dado, todo era parte de un sueño y una promesa que empezaba a materializarse.
Llegué el 5 de octubre, en horas de la noche a Israel, con mucha emoción de ver a mi familia y con quien no había compartido en pleno desde un poco más de dos décadas.
El seis de octubre que iniciaba el “Shabat” logramos hacer una cena especial en memoria de mi padre. Esa noche nos preparamos para asistir, al día siguiente, a uno de los festivales más grandes que realiza la comunidad latina en Israel cada año, en conmemoración del día de la raza, el cual acoge a más de 1.000 latinoamericanos y visibiliza a más de 180 emprendimientos que se están gestando en el país, gracias a la riqueza cultural de nuestras raíces latinoamericanas.
Sin embargo, el destino nos tenía preparado un giro inesperado como humanidad, el cual quedará grabado para siempre en nuestras memorias.
El 7 de octubre del 2023 el grupo terrorista “Hamás” lanzaría un ataque a Israel, desatando una guerra que afectaría directamente a miles de personas en la franja fronteriza entre Gaza e Israel e indirectamente a más de 10.000 millones de personas que habitan en la extensión de los países en conflicto.
Las alarmas no paraban de sonar, desde las 6:30 a.m hasta las 9:30 a.m del mismo día, mi familia y yo, pasamos la mayor parte del tiempo resguardados en el búnkeres subterráneos, una construcción diseñada para protegernos de los misiles que se lanzan en contra del país.
Afortunadamente, Israel cuenta con un sistema de alarma que brinda un aviso temprano (90 segundos previos), que permite a las personas dirigirse hacia estos lugares en protección del impacto de estos artefactos. Asimismo, cuentan con algo llamada “Cúpula de hierro” un sistema diseñado para interceptar y destruir cohetes de corto alcance, aeronaves y otros misiles lanzados desde una distancia de 4 a 70 kilómetros.
Los días siguientes han estado sumidos en la incertidumbre, con la imposibilidad de prever el alcance real de la amenaza que hay entre nosotros. Las alarmas siguen resonando en el aire, mientras las noticias transmiten historias desgarradoras de vidas perdidas, personas desaparecidas y familias rotas. Desde Israel y Palestina, estoy segura que la guerra adquiere un matiz distinto a como es percibida en otras partes del mundo y no hay nada más desgarrador que ver y leer mensajes de rechazo u odio hacia la población quien lo vive, olvidando que somos humanidad. Por eso, hago un llamado a la comprensión y la solidaridad a todo el mundo, pues la guerra no reconoce fronteras, ideologías políticas o religiosas.
Como colombianos, quienes hemos conocido el conflicto armado en carne propia, debemos comprender el dolor ajeno, un dolor que no entiende de divisiones. En esta hora de reflexión y tribulación, es esencial unirnos en solidaridad con quienes sufren, sin importar nuestras creencias o afiliaciones políticas.
Como colombianos en el exterior en calidad de residentes, ciudadanos o visitantes, que estamos atravesando esta guerra de manera directa, necesitamos sentir el apoyo de nuestro país y de un gobierno que defienda los derechos y la seguridad de sus ciudadanos en todo el mundo. Debemos buscar la unidad y la empatía, asumiendo nuestra responsabilidad en la construcción de un mundo más pacífico y compasivo. La guerra nos recuerda que, juntos, podemos superar las pruebas más difíciles y construir un futuro donde la paz sea la vencedora sobre la discordia y el respeto a la vida humana prevalezca sobre todas las diferencias.
Por: Lina Rocío Hurtado Quiñones