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Sobre la lenguaja inclusive
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Tengo un pequeño placer culposo, me gusta en cualquier conversación mencionar adrede alguna palabra del lenguaje inclusivo, como: todes, amigue o compañere. Lo disfruto por las expresiones de horror e inmediato desagrado de los entusiastas puristas de la ortografía, personajes que no tienen idea sobre el uso del punto y coma, pero que no escatiman en sermones vanos sobre el buen uso del lenguaje.
Y es que cualquier sermón sobre el ‘buen uso del lenguaje’ en este contexto es vano, cuando no se habla de lo estrecho e incómodo que es tratar de crecer en una caja que todos los días se hace más pequeña. Uno no termina de nacer, y ya le asignan una caja diminuta para el “libre desarrollo de la personalidad”, donde la identidad está condicionada al gusto solo por ciertos colores, el uso de determinada ropa, el disfrute de juegos específicos, la elección de solo algunas carreras, etc.
Nos limitan a una elección de personalidad basada en dos opciones rígidas: roles de hombres (escritos por hombres) que son fuertes, proveedores y protectores, y roles de mujeres (también escritos por hombres) siendo delicadas, complacientes y maternas. Cuando no hablamos del sexo, sino del género como construcción social, nadie nace hombre ni mujer, pero sí se nos obliga a serlo.
En los últimos años (y en realidad tímidamente a lo largo de la historia) hemos sido testigos de gente valiente y maravillosa dispuesta a correr el riesgo de salir de su caja, ya sea porque quiere cambiarse a otra, vivir en las dos o simplemente no habitar ninguna, lo cual, contrario al juicio severo de muchos, yo encuentro muy natural.
Y es en ese proceso de librarse de la caja y redefinir el mundo en el que existimos que surge la importancia del lenguaje. Las palabras que usamos para comunicarnos son la base para la conexión con otros, nuestro entorno e incluso con nuestra propia identidad. El lenguaje no es otra cosa que la forma en la que definimos y vemos el mundo, así que la pregunta ya no es si el masculino incluye todos o qué dice la RAE, sino si el lenguaje en realidad cumple su función de representar nuestra sociedad.
Creo que todos estamos en el derecho y la obligación de hacer un uso del lenguaje que nos permita adaptarlo mejor a nuestra realidad. En mi experiencia personal, aún no me resuelvo al uso de la ‘e’ para marcar una neutralidad gramática en mis conversaciones, pero sí intento hacer una selección consciente de mis palabras evitando el uso de la forma masculina por defecto.
Esta no es una invitación a incorporar el lenguaje inclusivo en nuestras diferentes formas de comunicación, pero sí es una invitación a no rechazar automáticamente cualquier expresión que percibamos desconocida, sin siquiera tomarnos un milisegundo en reflexionar sobre su motivación.
Hagan lo que puedan con lo que tengan, pero no dejen de hacer.