La carrera de velocidad que requieren los ODS
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El más reciente informe de avance de los ODS evidenció el complejo escenario en el que nos encontramos para cumplir con las metas propuestas a 2030. De un lado, la pandemia generó un atraso de cuatro años en los avances de lucha contra la pobreza y retrocesos en temas claves como la vacunación infantil, con más de 22 millones sin este acceso, casi cuatro millones más que el año anterior, y problemas en la lucha contra enfermedades graves, las cuales volvieron al aumento.
Así mismo, la guerra en Ucrania puso en jaque la lucha contra el hambre, dejando a una de cada 10 personas en estado de carencia alimentaria, y afectando al 43 % de los países del mundo con desabastecimiento. Este conflicto aumentó la crisis de desplazamiento forzado de personas, que llegó a más de 100 millones, incrementando en 44 % los refugiados en el mundo. Además, a esta guerra se le atribuye retrasar la recuperación económica, quitándole casi un punto de crecimiento al PIB global per cápita.
Según el mismo informe, para contrarrestar esta situación se debe aumentar la velocidad de los resultados, en varios frentes. Por ejemplo: para cumplir con las metas de saneamiento se requiere incrementar en 4x el ritmo de progreso. En materia energética, la tasa de mejora anual de intensidad energética debe duplicarse. En la eliminación de la mutilación genital femenina, los avances tendrían que ser 10 veces más rápidos; y frente a los 150 millones de niños con retraso en el crecimiento, es necesario duplicar el ritmo anual de disminución.
Infortunadamente, al mirar las fuentes de financiación, la realidad es otra. Hay un déficit de financiación de US$2,5 billones por año (según ONU y OCDE) y también fuertes ineficiencias en el despliegue de los recursos (documentadas en informes publicados por Innpactia), donde los costos de transacción de la operación de estos recursos son escandalosos y las velocidades de entrega y toma de las decisiones son lentas.
Un proceso de selección o convocatoria, de responsabilidad social, cooperación internacional o filantropía, puede fácilmente durar 6 o 12 meses, sobre todo para recursos de mayor cuantía. Y si bien, muchos se refieren a la necesidad de aumentar los flujos de recursos y de encontrar mejores formas para aumentar las inversiones del sector privado en iniciativas que contribuyan con estos objetivos, primero viene a lograr que los que están en las cuentas se ejecuten con celeridad. El dinero no logra mucho cuando está en caja, por lo que recortar en un 25 % dichos tiempos es vital para alcanzar los objetivos a 2030.
Hay tres formas puntuales para optimizar el tiempo: el primero es revisando sus procesos y procedimientos, que frecuentemente son de antaño y manuales. Segundo, midiendo su gestión contra metas concretas de impacto, con aproximaciones basadas en resultados, y tercero es invirtiendo colectivamente.
El llamado es a tener velocidad ante la toma de decisiones sobre asignaciones presupuestarias e inversiones en temas de impacto. Debemos extender los niveles de preocupación por la transparencia a la celeridad y eficacia. Los tomadores de decisiones sufren actualmente de “parálisis por análisis”, asumiendo un enorme costo de oportunidad. No existe una fórmula perfecta para la toma de decisiones, tampoco hay forma de lograr las metas con cero riesgo. La clave está en pensar en el costo de cada día sin tomar decisiones y en las personas detrás de esas cifras.
*Las opiniones expresadas en las columnas son responsabilidad exclusiva de los autores, y no representan el punto de vista ni la posición del Canal 1.