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El circo

Este texto propone una mirada crítica del fenómeno del circo a propósito de Bazzar, el espectáculo itinerante del Cirque du Soleil que estará de visita en Bogotá hasta el 7 de mayo.

Luis Felipe Núñez Mestre
Escritor y abogado

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No se puede ir al Circo del Sol sin pensar en el circo como la metáfora de algo más elevado. Sin concluir que todos los circos aspiran a que sus actos sean como cuentos de Chejov. Toda la utilería tiene valor dramático, todas las puertas se abren con un propósito, infunden en el público un efecto predeterminado: el susto, el asombro, el aplauso.  El circo como el cuento de hadas promete suspender al espectador de la realidad y darle un final feliz. Despliega su trama en la exclusión de la tragedia. Nadie morirá. Insisto: por mucho que los acróbatas coqueteen con la muerte, no morirán.

La tarima se ilumina de azul y verde. Los protagonistas aparecen vestidos y maquillados de modo exorbitante. La música acompaña su andar con notas graves. La luz, el sonido y la apariencia del elenco delatan un aura de fantasía. Los instrumentos de sus números, sin embargo, son comunes y corrientes. He aquí una confrontación. De un lado hay un cuerpo y del otro, un objeto ordinario: un trampolín, una pelota, un pasamanos. El espectáculo habita en la singularidad del vínculo, en la razón que convoca a las partes del acto en el escenario. En la capacidad del artista para dar al objeto atributos sensacionales y en la nobleza del objeto para acoplarse a semejante insolencia.

En su primera aparición, todo tragafuegos que se precie de serlo debe enseñarnos que el instrumento de su acto es real. Que él mismo es una persona de carne y hueso sin vendajes ni careta. Poco a poco deberá profanar la lógica universal de la candela y despojarla de utilidad y de servicio mediante un uso inesperado. Solo así rendiremos nuestros ojos al azar interpretativo de su precisión, de su destreza.

Lo que nos maravilla al ver a una pareja que patina encima de una mesa haciendo torbellinos o a un equilibrista que se balancea en el manubrio de una bicicleta en plena marcha es la astucia en la interpretación de los objetos, porque conocemos la forma convencional de usar una bicicleta y sabemos que los patines no se hicieron para andar por la mesa ni la mesa para andar en patines. Una vez que la cuerda es liberada de su régimen de verdad, de su uso deportivo o portuario, el funambulista puede convertirla en un puente o un saltarín, la mujer flotante puede apretársela en el cuello y dejarse caer sin temor a estrangularse. Y nosotros levantamos las cejas al comprobar que se ha subvertido el destino de un objeto ordinario.

Para el cuento fantástico y para el circo todas las cosas son enigmas. En la acumulación de usos extraordinarios no solo el instrumento circense se libera de sus cadenas. Si la atmósfera es propicia, el público llegará a dar por sentado que cada artista es inmortal, pues el resultado natural de balancearse a diez metros de altura ha dejado de ser la muerte y dejará de serlo hasta el final del espectáculo. Quizá porque no se puede morir con tanta gente comiendo crispetas alrededor, con niños boquiabiertos en la primera fila.

Cuando el público descubre que el espectáculo consiste en una conspiración de contraconvencionalidades, los números se vuelven simultáneos, se solapan, se repiten en versiones hiperbólicas. Ahora somos detectives que intentan develar el final, pero el circo se resiste. Su imprevisibilidad provoca y engaña. Abandonamos la búsqueda con resignación, suspirando al intuir que una vez salgamos de la carpa los objetos del mundo volverán a ser mundanos. Entonces se avecina el desenlace y se aceleran las maromas y la música y la danza. El circo podría terminar en cualquier momento y no lo hace. Todavía no lo hace o lo hace de repente. Siempre llega el momento de irse para que otro se asombre en la misma silla. Es deber del circo fascinar a otra gente en otro mar o bajo otro cielo.  Entonces aplaudimos sin haber entendido nada o queriendo que parte de la inmortalidad de los acróbatas se quede en nosotros un rato más.

*Las opiniones expresadas en las columnas son responsabilidad exclusiva de los autores, y no representan el punto de vista ni la posición del Canal 1.

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