La batalla por la prohibición de las peleas de gallos y las corridas de toros en el país
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Del cuadrilátero al Congreso, la batalla por la prohibición de las peleas de gallos y otros espectáculos con animales avanza en Colombia, una disputa que enfrenta a animalistas en contra de la tortura y galleros que defienden su “cultura”.
Un proyecto de ley presentado al Congreso buscaba prohibir a dos años corridas de toros, novilladas, becerradas, tientas, rejoneo, corralejas y peleas de gallos, siete espectáculos que “son excepciones dentro del Estatuto Nacional de Protección a Animales” y que, según la Corte Constitucional, son “manifestaciones culturales crueles”, explica la senadora Andrea Padilla, autora de la iniciativa.
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Finalmente, las corralejas quedaron fuera, mientras que al resto se le dará una “adaptación” de tres años, durante los cuales el Gobierno debe identificar a los sectores que dependen de estos espectáculos y ofrecerles alternativas, según el proyecto aprobado en primer debate.
En esos tres años se podrían celebrar los espectáculos, pero “cumpliendo las condiciones de la Corte”, que elimina “las conductas especialmente crueles con los animales”, y solo en municipios donde haya tradición en fechas concretas, sin recursos del Estado, especifica Padilla. Todo esto sin objetos cortopunzantes, sin matar a los animales, sin ingreso de niños ni bebidas alcohólicas y pagando impuestos.
Además del maltrato, otro reproche a la industria gallera es que no paga impuestos y que las apuestas no están reguladas. La Federación Nacional de la Gallística Colombiana (Fenagacol), que agrupa a 26 asociaciones, contradice esta posición.
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Según el presidente de Fenagacol, Olimpo Oliver, están haciendo “todo el proceso de regularización y legalización de muchos aspectos que hoy están en la economía informal”, y añade que las apuestas en los gallos no son un juego de azar y, por lo tanto, no rinden cuentas.
Padilla también cuestiona la seguridad de los asistentes a estos espectáculos, pues las construcciones de las corralejas, por ejemplo, son precarias. En junio pasado, cinco personas murieron y centenares quedaron heridas al derrumbarse una gradería en Espinal (Tolima).
Cultura y maltrato
Las galleras no son exactamente un cuadrilátero, sino más bien un círculo en el que los aficionados a las riñas se reúnen para apostar, beber y jugar.
Si en algo coinciden los asistentes es de dónde les viene la afición: es algo heredado de sus padres, pero no están seguros de que lo vayan a heredar sus hijos.
Las peleas de gallos no convencen a los más jóvenes y eso es palpable en las galleras, donde la media de edad sobrepasa los 40 años, hombres en su mayoría.
Ese un argumento recurrente de los aficionados. Se trata de algo “cultural” que ha pasado de generación en generación y forma parte de la sociedad hasta el punto de que “el gallo evolucionó como especie para el combate, y no hay peor maltrato animal que tratar de cambiar el comportamiento natural de las especies”, explica Carlos Mario Isaza.
Para los galleros, no existe maltrato animal porque los gallos están muy bien cuidados y solo pelean porque es su “naturaleza”. Las heridas o incluso muertes que se puedan producir son parte de la vida del gallo, insisten.