El cementerio donde miles de personas nacen, viven y mueren
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Ligaya García se instaló en la mayor necrópolis de Manila siendo solo una niña. Hoy, con 73 años, el cementerio sigue siendo su único hogar, donde han nacido sus quince hijos y 53 nietos y bisnietos, que conviven entre tumbas y panteones con otro millar de familias.
Varias generaciones se han criado y vivido en el North Cementery de Manila, la mayoría de sus integrantes se gana la vida como cuidadores de sepulcros que han convertido en sus hogares ante la carencia de vivienda digna en esta superpoblada capital, donde un tercio de sus 13 millones de habitantes viven en asentamientos informales.
“Aquí estamos más seguros. A las siete de la noche se cierran las puertas del cementerio y nadie puede entrar“, contó Ligaya, que enterró a su marido en el mismo panteón donde ambos compartieron casi medio siglo de matrimonio.
Cada noche Ligaya duerme en un fino colchón que coloca sobre la tumba en la que descansan los restos de su marido y sus padres, en esa sepultura familiar donde guarda sus escasas pertenencias, un televisor y las medallas escolares de su vasta prole.
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“Sí, creo en fantasmas, vivo rodeada de ellos, pero no les tengo miedo. Creo que nos protegen“, relata en tagalo la matriarca de los García con una media sonrisa.
En sepulcros colindantes habitan sus hijos y sus nietos y bisnietos, que se entretienen jugando entre las tumbas al regresar de la escuela con sus uniformes impolutos.
“Aquí tenemos electricidad y agua. Ya incluso somos votantes censados y los políticos vienen al cementerio a hacer campaña“, manifiestó su hija, Andrea García.
Los García son afortunados, todos tienen un techo donde dormir cobijados en diferentes panteones que mantienen limpios y arreglados (ganan unos 100 pesos mensuales (1,8 dólares) por cada uno), pero otros vecinos viven sobre tumbas a la intemperie.
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Algunas familias han logrado instalar un techo de uralita sobre las tumbas que cuidan para guarecerse mínimamente de las frecuentes trombas de agua manileñas, como es el caso de Giselle Bautista, de 27 años, que vive así con su marido y cinco hijos de entre 3 y 11 años.
Giselle se mudó al North Cemetery de Manila con 14 años desde las calles del peligroso barrio de Bulacan, pero su esposo es “nativo” del cementerio, donde trabaja de pintor de las coloridas tumbas de ese camposanto de 54 hectáreas.
“Antes era más seguro. Ahora con la guerra antidrogas hemos tenidos redadas policiales por la noche. Aunque estamos más protegidos, aquí también hay drogas y prostitución“, se lamentó.